domingo, 31 de agosto de 2014

ANÉCDOTAS DE UNA VIDA PRODUCTIVA (8)


  Me habrán oído decir, o leído, en algunas de mis lucubraciones, en las que he venido narrando distintas actuaciones de mis adversarios, supuestos restauradores, con títulos académicos colgados en sus paredes, que algunos de estos han sido apoyados por el mandamás del momento, con nombramientos de directores, encargados de proyectos, ayudantes, o miembros de una de esa media docena de comisiones. Otros, de diferentes ocupaciones, han sido convertidos en “expertos” de algo que no tienen ni la menor idea. Algún día, si estoy vivo, y en nuestro país se habrán dado visos de haberse perdido el miedo al “cuco”, me permitiré señalarlos con nombres y apellidos, con el propósito de dar un ejemplo, de los tantos que nos hacen falta dar como conglomerado social, libre y soberano.
 
Como dicen, que una fotografía expresa más que mil palabras, siempre he creído que la mejor manera de enseñar es mostrando una imagen de lo que se desea explicar. A continuación mostraré algunas de las obras realizadas por estos “expertos”, para que no quede ninguna duda de quien es el que está en lo cierto.
 
Veamos. Allá por los años cuarenta del pasado Siglo XX, el Ing. José Ramón Báez López Penha, Don Moncito), intervino la casa No.2 de la calle Atarazana. Su trabajo consistió en hacer lo que él había soñado, o había visto sabrá Dios donde, modificando totalmente, tanto la fachada, como el interior de la misma. Una vez terminados los trabajos, la llamada Casa de los Aybar fue utilizada para instalar el Museo Nacional. Al este ser trasladado a la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, en el año 1955, el inmueble fue ocupado por artesanos que, dicho sea de paso, llegaron a producir la mejor artesanía que se haya hecho en nuestro país. Posteriormente, la casa cayó en abandono, y se convirtió en algo similar a lo que todavía hoy encontramos en la Ciudad Colonial.
 
 
Al ser creada la Oficina de Patrimonio Cultural (OPC), fuimos autorizados a ocupar la mencionada edificación, la que tuvo que ser intervenida, nuevamente, viéndonos forzados a mantener la fachada como había llegado hasta nosotros, no obstante saber, que tanto el simpático balcón, el antepecho, y las mochetas de las puertas, no eran originales, ni fieles reproducciones de lo que hubo antes del proceso de “modernización” de las casas coloniales, que es precisamente lo que tenemos que abordar. Esto en cuanto a la fachada norte, con frente a la entonces llamada calle General González, hoy Atarazana.
 
En cuanto a la otra fachada, que da frente a la Plaza España, fue totalmente inventada. Esta, no era más que la parte posterior de la casa, a la que no se tenía acceso alguno. Estos son, en términos generales, algunos de los ejemplos que me han permitido decir, una vez más, que no ha sido durante los últimos cuarenta años, durante los cuales se han cometido las barbaridades que he denunciado, a partir del desmembramiento del programa, y de la unidad rectora (OPC). Ya desde principios del siglo XX, los sabelotodo dominicanos se habían encargado de destruir parte del todavía casi intacto Hospital de San Nicolás, para construir la Iglesia de Nuestra Señora de la Altagracia, y ortos edificios particulares.
 
 Y de esa u otras formas se habían cometido una serie de desaciertos, embadurnamiento de las iglesias coloniales con pañetes y pinturas, al igual que destruyendo un sin número de edificaciones de los siglos XVI, en adelante, para sustituirlas por adefesios arquitectónicos, la mayoría de los cuales deberían ser demolidos, y sustituidos por algo mejor, estética y funcionalmente.
 
Pero, entre estos tantos desaciertos, no debo dejar de mencionar la destrucción del Fuerte de San Jerónimo para complecer a Trujillo, con el propósito de continuar hacia el oeste la Avenida George Washington (Malecón), borrando, para siempre, la mayor parte de tan importante reliquia colonial. Muy especialmente, cuando muy bien se pudo haber bordeado, y conservado lo que existía, como se ha hecho en diversas partes del mundo.
     
                                                                             
Con la entrada en efecto del programa, y la agencia rectora, que fueran creados en el año 1967, para lo que fue necesario crear nuevas leyes y reglamentos, la situación cambió radicalmente. Propietarios que llegaron a llamarnos desubicados de la realidad, tuvieron que aceptar, aunque a regañadientes, que había llegado el momento de devolverle, aunque fuera parcialmente, algo del esplendor que tuvo la ciudad de Santo Domingo, en épocas superadas hace mucho tiempo. Lo que es posible hacer, solo con muy buen tino.
 
Es conveniente señalar, que la Casa de los Aybar no era la única de esa cuadra. Que al igual que la acera de enfrente, una hilera de casas coloniales había llegado casi intacta, hasta que el Arq. Javier Barroso, restaurador del Alcázar de Colón (1955-1957), las demolió, con el propósito de crear un falso escenario alrededor del Palacio Virreinal
 

Debemos darle gracia a Dios, que por las razones de todos conocidos, no se llegara a concluir el proyecto que Barroso tenía concebido para crear otro gran escenario alrededor de la antigua Iglesia de los jesuitas, que fuera restaurada por él, en el año 1857, y convertida en Panteón Nacional. Escenario que sería logrado demoliendo todas las edificaciones del entorno del Panteón. Vale decir, las casas de Nicolás de Ovando, entre otras.
 
En próximas anécdotas continuaré mostrando, gráficamente, por supuesto, lo que tenga más a mano, de las “maravillas” ejecutadas por los que se han llegado a creer que por tener la sartén agarrada por el mango, han tenido el derecho de hacer lo que sea, no lo que están obligados hacer, aunque no tengan la más mínima capacidad para hacerlo.

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