viernes, 5 de septiembre de 2014

CRISTOBAL FERNÁNDEZ DE OVIEDO



No podía continuar con estas narraciones sin incluir un personaje, que llegó a ser fundamental para el conocimiento de lo acontecido durante las primeras décadas del siglo XVI en el Nuevo Mundo. Al igual que la mayoría de estos personajes, tuvo mucho que ver con el desarrollo de La Española, cuando ya pasados muchos años de haber jugado un papel preponderante en todo el proceso conquistador y colonizador del Nuevo Mundo, se afianzó en Santo Domingo, donde murió.
Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557). Primer cronista de Indias, alcaide de la fortaleza de Santo Domingo, encomendero en Centroamérica. Servidor de príncipes y nobles, soldado en varias batallas, viajero incansable, su biografía ilustra como pocas las distintas facetas del español de su tiempo.

En consonancia con sus anhelos de mejoramiento social, Fernández de Oviedo se acercó a Fernando el Católico y logró que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, lo ocupase como su secretario cuando fue a Italia a luchar contra los franceses. La empresa militar fracasó y Fernández de Oviedo, tentado por la fiebre del oro, se decidió a probar fortuna en las Indias. En 1514 se embarcó en la expedición de Pedrarias Dávila a Castilla del Oro. Llevaba el título de veedor de las fundaciones del Darién, donde obtuvo jugosos repartimientos de indios. Pero, por razones que se ignoran, regresó a España al cabo de diez meses vía Santo Domingo, donde desembarcó en la costa occidental de la Isla. Al atravesar el río Neiba, extravió algunos papeles y libros.
Habiendo fallecido Fernando el Católico, el madrileño se desplazó a Flandes a fin de ser favorecido por el rey Carlos I, quien no se mostró dispuesto a complacerlo. De nuevo estuvo en el Darién con el mismo oficio de veedor. Hacia mayo de 1521 salió para Nombre de Dios y en junio, residiendo en Panamá, ejerció de escribano de minas, pero Pedrarias Dávila lo nombró su teniente de gobernación con sede en Santa María de la Antigua. La desdicha continuó acosándolo, y en 1522 enterró a su esposa Isabel.

El rigor con que se aplicó en castigar a los blasfemos, amancebados, y rescatadores de indios, le ganó la malquerencia de Pedrarias. En una ocasión recibió una puñalada en la cabeza, de la que se repuso. Temiendo otro atentado, retornó a España. El navío en que viajaba recaló en Cuba y en La Yaguana, La Española, desde donde se encaminó por tierra a la ciudad de Santo Domingo. Aquí se casó por tercera vez.
 
La propuesta del Consejo de Indias consistía en que se le designara cronista itinerante, lo cual no se ajustaba a su deseo de acabar su vida en Santo Domingo. El monarca accedió a ese anhelo, ordenando que todas las autoridades coloniales le remitiesen a la isla toda clase de relaciones sobre la geografía, naturaleza y acontecimientos importantes de sus respectivos territorios. En Santo Domingo, Fernández de Oviedo encontró otro motivo de satisfacción. Habiendo quedado vacante la alcaldía de la Fortaleza por muerte de Francisco de Tapia, quien la ostentaba, las autoridades se la encomendaron hasta que se nombrara otra persona en el cargo, nombramiento que recayó en él.
   
   
Tras una estancia de año y medio, volvió a la metrópoli, produciéndose entonces (1519) un violento conflicto con el dominico fray Bartolomé de las Casas, quien lo acusó en Barcelona de ser “partícipe de las crueles tiranías que en Castilla del Oro se han hecho”. Sus radicales diferencias con Las Casas parten de que el dominico consideraba a los indios seres humanos, con los mismos derechos que los españoles. Fernández de Oviedo, como Ginés de Sepúlveda los tenía por homúnculos, seres aquejados de defectos tan graves e irremediables que hacían imposible la convivencia con los castellanos, o la conversión consciente a la fe cristiana. Lewis Hanke ha compilado los juicios que Fernández de Oviedo dedica a los indios en distintos capítulos de su Historia de las Indias, y que ayudan a comprender su animadversión de Las Casas.
Tales opiniones eran compartidas por muchos conquistadores, e intentar convencer de ellas a las autoridades de la metrópoli resultaba muy conveniente, pues la irracionalidad de los indios justificaba la continuidad y perpetuidad de la encomienda, la esclavización en “guerra justa” y, en última instancia, las propias conquistas.

Fernández de Oviedo volvió a realizar otros cuatro viajes a América, en la que permaneció un total de veintidós años, y fue nombrado Cronista de Indias en 1532. Al año siguiente aceptó el cargo de alcaide de la fortaleza de Santo Domingo. Murió en Valladolid, después de más viajes ocasionales a la Península, el año de 1557.
 
En agosto de 1534, desembarcó en Sevilla para publicar la primera parte de su Historia general y natural de las Indias. A lo largo de diez años prosiguió trabajando en ella, aunque sin descuidar sus negocios. Era propietario de varias haciendas situadas a orillas del río Haina, y en San Juan de la Maguana, así como de casas de piedra en la capitaleña calle de Las Damas. En ese tiempo se ahogó su hijo al cruzar un río en la expedición de Almagro a Chile. La segunda parte de su historia la editó en Valladolid en 1556, pero solo llegó hasta el capítulo XX debido a su fallecimiento, ocurrido el 22 de julio de 1557.
 
Tras su segunda estancia en América, publicó el Sumario de la Natural Historia de las Indias (1526), dedicada a Carlos I como un adelanto del “tratado que tengo copioso de todo ello”, pues ya había empezado a redactar su obra más famosa, la Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, que relata acontecimientos que van de 1492 a 1549. Su primera parte se imprimió en 1535; la impresión de la segunda parte en Valladolid quedó interrumpida por la muerte del autor en 1557, y sólo se editó completa entre 1851 y 1855, en cuatro volúmenes al cuidado de José Amador de los Ríos, y encargados por la Academia de la Historia

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