sábado, 23 de agosto de 2014

ANECDOTAS DE UNA VIDA PRODUCTIVA (1)


 
 
Habrán leído en uno de esos arrebatos que me suelen suceder de cuando en vez, en este caso sin ningún propósito significativo, que durante mi prolongada incursión en la Oficina de Patrimonio Cultural (OPC), de la que me correspondió ser su fundador, y director, (1967 - 1978), sucedieron muchas cosas.
Además de grandes satisfacciones, tanto por el deber cumplido, como por las constantes realizaciones que hube de llevar a cabo, tanto en nuestra Ciudad Colonial, como en el interior del país, tuve que soportar, pacientemente, diversas incursiones de individuos y grupos, fueran estas por las razones que fueran, propias de la sociedad en la que me he tenido que conformar vivir, desde el año 1935, cuando me trajeron a este mundo tan peculiar, hasta el sol de hoy, 13 de agosto de 2014.
Aquellos que no les interese enterarse de pendejadas ajenas, o que padezcan similares sentimientos a los de esos otros, les diré que lo siento. Después de todo, en caso de tratarse de uno de mis compatriotas, es posible que algunos no se diferencien mucho de esos otros, y lo mejor es que no lo lean.
Resulta, y viene a ser, que un buen día, del mes de agosto de 1972, recibí una llamada telefónica, y una comunicación oficial, mediante las cuales el Ingeniero Bienvenido A. Martínez Brea, entonces Director Técnico de la Oficina de Fiscalización de Obras e Inversiones del Estado, que así era como se llamaba la actual Oficina Supervisora (no ejecutora) de Obras del Estado, me comunicaba haber recibido una comunicación del Colegio de Ingenieros, Arquitectos, y Agrimensores (CODIA), mediante la cual le solicitaban disponer las medidas procedentes para impedir que las personas mencionadas en la comunicación anexa se descontinuara asignándole recursos del gobierno, en vista de que a estos no le correspondían esas asignaciones, etc. etc., por no ser ingenieros o arquitectos legalmente constituidos, ni pertenecer a dicho colegio.
Al día siguiente me dirigí a la oficina de Don Bebé, o Bebecito, como llamábamos afectuosamente al Ing. Martínez Brea, que se encontraba instalada en el Palacio nacional. Tan pronto me encontré junto a él me abundó sobre el caso, y después de explicarme lo que querían decir los colegiados me sugirió ir a ver al Presidente Balaguer, cosa que hice de inmediato. Al llegar al antedespacho del Presidente uno de sus asistentes me hizo pasar. Inferí, que Don Bebé se había comunicado con el Doctor, para decirle que yo estaba en el Palacio.
Después de saludar al Presidente, y preguntarle a que se debía la urgencia, que me traía algo preocupado, y deseaba que me diera el tiro de gracia cuanto antes. Todo eso en palabras dichas protocolarmente, pero con la confianza que él me había bridado. Después de tomar asiento al otro lado de su escritorio, el Dr. Balaguer me pasó una copia de la carta del CODIA que le habían entregado, y de inmediato dijo: “siguen queriendo fastidiarte”. Al terminar la lectura, de la comunicación que ya yo había leído, le dije: Bueno Excelencia, estoy a su disposición para lo que tenga que hacer. El presidente, a quien ya yo conocía bastante, después de cinco largos años a su servicio, me preguntó: “¿Leonardo Da Vinci, y Miguel Ángel, tenían título? ¿Habían recibido un permiso que les permitiera hacer lo que hicieron? A lo que yo respondí: Presidente, recuerde que en aquella época no se otorgaban títulos, ni nada parecido. Casi instantáneamente me ripostó: “ Y Le Corbusier?”. Yo, que no estaba enterado de lo que me preguntaba, me quede callado. Con posterioridad hube de enterarme que el Padre de la Arquitectura Moderna, tampoco se había graduado de universidad alguna.
En ese instante me di cuenta por donde venía el Doctor. Y así mismo fue. Para concluir la audiencia me dijo, como si fuera la sentencia de un juez: “Vallase tranquilo, no le haga caso a lo que dice la carta, su título es su obra. Y añadió, “mientras yo sea presidente usted seguirá haciendo su trabajo, del que yo estoy muy complacido.” Sumamente emocionado le di las gracias, y dándole las manos como símbolo de respeto y agradecimiento, le dije, hasta pronto, Presidente, espero verlo pronto. Y así mismo fue. Al poco tiempo vino acompañado de Don Bebe a recorrer las obras de restauración que se llevaban a cabo en el Sector de las Atarazanas.
Del CODIA no supe más, hasta el año 1997, cuando volviendo a dirigir la ahora Dirección Nacional de Patrimonio Monumental fui invitado por el Colegio a dictar una conferencia magistral en los salones de la institución

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