Llegado el momento tan ansiado del verdadero cambio, Leonel Fernández fue proclamado candidato a la presidencia de 1996, en un acto en el que Juan Bosch y Joaquín Balaguer levantaron sus brazos en medio de una algarabía entre peledeístas y reformistas, resultando ganador de las elecciones. Después de haber nombrado su gabinete, entre los subsiguientes decretos de funcionarios que lo acompañarían, uno de estos recayó en el Arq. Manuel E. Del Monte Urraca, como Director de la Oficina de Patrimonio Cultural (11/9/96). Lo que para mí constituyó una inesperada sorpresa en todos los sentidos.
Recuerdo, estando en campaña haberle dicho al Dr. Fernández, que de salir electo le agradecería, en caso de que fuera a necesitar mis servicios, no designarme en la posición a la que ofrendé los mejores años de mi vida. Que la situación imperante, desde hacía algún tiempo, no me favorecía, ni favorecería su gobierno. Quien dirigía tras bastidores, no solamente la OPC, sino el programa, en sentido general, era el Cardenal de Santo Domingo, acompañado de un grupito de arquitectos que me adversaban, y tratarían de hacer lo indecible para no tener que volver a soportarme. Eso, además, iría contra mi salud, y la tranquilidad de mi familia, como en efecto sucedió.
Debo recordar a mis olvidadizos compatriotas, que durante el gobierno de los diez años del Dr. Balaguer (1986-1996), este clan logró del disminuido presidente lo que quiso. Además de la OPC, controlaban la inoperante Comisión de Monumentos, y se inventaron la Comisión del V Centenario, y el Fondo para la Recuperación de la Ciudad Colonial, mediante el cual percibían y continúan (¿?) percibiendo, todas las recaudaciones que proporcionan las propiedades del gobierno en la Ciudad Colonial.
A todo ello se permitieron lograr la construcción de un palacio cardenalicio, y un túnel que lo comunica con la Catedral, la reparación y usufructo del palacio de Borgella, y la edificación contigua, el antiguo cine militar, y todas las casas de la Plazoleta de los Curas, incluyendo el callejón. Decoraron la fachada principal de la Catedral, y de la Puerta de San Diego, climatizaron la Catedral, al igual que el palacio y el túnel. Controlan la Capilla de los Remedios, el Museo de las Casas Reales, al igual que la casa de Bastidas, hasta que el Secretario de Cultura del gobierno del PRD los desalojó para instalar el disparate del Museo Trampolín.
Tratando de reverter la decisión presidencial, me dirigí de inmediato al Palacio, donde me entrevisté con el Secretario Administrativo de la Presidencia, Ing. Diandino Peña Presbot, a quien, dicho sea de paso, no había conocido antes. Y le expresé mi deseo de que ese Decreto fuera derogado y, de no querer complacerme con lo que le había sugerido en campaña, que prefería me dejara fuera. La respuesta del Secretario fue, señalándome una puerta de su despacho, que detrás de ella se encontraba el Presidente. Que me sugería a que fuera a decírselo yo mismo. Lo que, por supuesto, no hice.
Me retiré sin saber lo que ocurriría. Y lo que ocurrió fue, que sin ser juramentado por el presidente, ni lograr intercambiar palabra alguna con él, me dirigí, acompañado del Subsecretario Administrativo, Lic. Juan Martínez, a la sede de la OPC, que todavía se encontraba en el mismo lugar en el que la fundé hacía casi 30 años. Y desde donde salí en noviembre de 1978, con la idea de no regresar.
Tratando de hacerme de la vista gorda, y concentrándome en la realidad actual, de un departamento oficial que había sido dislocado en todo sentido, inicié mis labores recomponiéndolo, y nombrando algunos colaboradores, de los que había conocido anteriormente. Una mañana, ya aplatanado en el mismo sillón, acompañado del mobiliario que había dejado veinte años antes, y en el mismo despacho, me dirigí a la Oficina Supervisora de Obras del Estado, ubicada en al Palacio Nacional, que continuaba siendo el departamento a través del cual se le suministraban los fondos para las obras. Me dirigí al despacho de su director, el Ing. Euclides Sánchez, quien no se encontraba en el Palacio en esos momentos. A seguidas fui a ver al Subdirector, el inefable ingeniero Félix Bautista.
Sin que fuera necesaria una introducción de mi parte, el ingeniero me saludó, y continuó diciéndome que había un dinerito dedicado a la continuación de la casa de la calle Luperón, que se encontraba en su etapa de terminación, y que podíamos girar de inmediato.
No voy a entrar en más detalles de este proyecto, ya que hube de referirme a él, hace algún tiempo, como Casa de la Unesco, de tan lamentable recordación.
No voy a entrar en más detalles de este proyecto, ya que hube de referirme a él, hace algún tiempo, como Casa de la Unesco, de tan lamentable recordación.
Así fue como empecé mi segunda incursión en la OPC, entre otras cosas, conociendo a una persona de no muy grato recuerdo, que me permitió poder ver cómo fue evolucionando, hasta convertirse en una personalidad supuestamente multimillonaria.
Ya entrando en caja, logré cumplir un viejo sueño para nuestra Ciudad Colonial. En vista de que la transformación de la misma se llevaría más tiempo de lo que había pensado, la eliminación de cables y postes del tendido eléctrico y telefónico podría venirle muy bien, hasta tanto el gobierno y el sector privado despertaran para continuar rescatando las edificaciones en pésimo estado de conservación.
Una mañana de esas que amanecemos con buen pie, fui a ver al director de la Agencia Española de Cooperación con el propósito de hablarle del proyecto del que no se hablaba desde los tiempos de las chichiguas de Julio Sauri, consistente en eliminar el horroroso tendido, y colocar faroles en las paredes de las casas. La propuesta fue muy bienvenida, y de inmediato nos pusimos en sintonía. Para subscribir el acuerdo, nos dirigimos una mañana al Palacio Nacional, donde nos esperaba el Secretario Técnico de la Presidencia, Arq. Eduardo Selman. El Embajador de España, José Manuel López Barrón, en representación de su gobierno entregó al Arq. Selman un cheque por valor de su contrapartida acordada entre ambas partes. No así lo hizo el representante dominicano, quien se puso de acuerdo con el Embajador para entregar la suya en cuotas mensuales.
Iniciado el proyecto con el aporte español, se importaron las luminarias, y todo el equipo necesario para completar el trabajo de iluminación. Al cumplirse el primer mes acordado para que el gobierno dominicano empezara a entregar sus aportes, me dirigí al Secretariado Técnico, en la persona del Lic. Rafael Camilo quien, después de darme las inesperadas excusas, me condujo a la oficina de la encargada de trabajar con las contrapartidas, quien de inmediato me dijo, que esa no estaba prevista en el presupuesto de ese año, por lo que nos aconsejaba acudir a la más alta autoridad del área. De inmediato nos dirigimos donde el Arq. Selman, quien nos prometió hacer las gestiones necesarias para que se cumpliera lo acordado. Cosa que nunca fue resuelto.