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Habiendo tratado el tema del color de las edificaciones en los centros históricos y, muy particularmente, en nuestra Ciudad Colonial, no podía dejar de narrar un caso en el que me vi envuelto hace unos quince años.
Metido de lleno en la restauración de la casa No. 263 de la calle Arzobispo Meriño, en cuya ruina traté de poner todo lo que mi capacidad tenía, con el propósito de culminar mi carrera como restaurador lo mejor que pudiera, procedí a dar los primeros pasos, consistentes, por supuesto, en desprender el recubrimiento de las paredes de toda la casa, entre las que se incluyeron los arcos y columnas de la doble arcada de las galerías, hube de sorprenderme al encontrar que las paredes de piedra de la segunda planta estaban tiznadas.
Cuál no sería mi sorpresa al ver que todo el perímetro de esa galería se encontraba en esas extrañas condiciones. Cuando lo lógico era que encontrara las capas de cal con que se cubrían los muros de piedra a partir de épocas muy posteriores a su construcción. Continué explorando otras paredes en diferentes ambientes de la casa, y no apareció nada semejante. Solo las paredes y los componentes de la arcada de esa planta mostraban tan sorprendente condición.
Después de dejar pasar un tiempo, durante el cual me detuve para entender lo sucedido, y pensar en las desgracias que pudieron ocasionar tan extraña situación, sobre todo a sabiendas de las situaciones por las que había transitado la ciudad de Ovando, vino a mi mente la intervención del temible cosario inglés Francis Drake, y su soldadesca, quienes dedicaron un buen tiempo incendiando templos, casas particulares, y todo lo que encontraran a su paso.
Con respecto a esa verdad de a puño, el eminente historiador alemán, Erwin Walter Palm, al referirse a este lamentable acontecimiento nos dice en su obra Los Monumentos Arquitectónicos de La Española: “Que las pérdidas no fueron exageradas por el lado español lo muestra la relación que del suceso hace un capitán de las fuerzas de Drake: Tuvimos la ciudad por espacio de un mes; aun ante este tiempo sus Comisarios vinieron a hacer arreglo con nosotros, para el rescate de la ciudad. Pero no acabando de ponernos de acuerdo con ellos, empleamos todas las mañanas en poner fuego a sus casas; siendo magníficamente construidas en piedra y muy altas, nos dio gran trabajo demolerlas y destruirlas…”
“Santo Domingo (concluye Palm), en tiempos coloniales nunca convaleció de este golpe que por siglo y medio selló su decadencia fatal.”
Si es cierto, que un gran monumento deberíamos erigir a Frey Nicolás de Ovando, en agradecimiento a la fundación de la ciudad de Santo Domingo, en 1502, a su trazado, y a la construcción de sus mejores edificios, entre otros méritos, otro monumento deberíamos levantar, sujeto a un diseño muy particular, a Sir Francis Drake, por haber sido el responsable de destruirla y, como dice Palm, dejarla en una decadencia fatal por siglo y medio. A lo que yo le agregaría, por la mayor parte de su existencia.
Mi conclusión no podía ser otra que la de atribuir el tizne de las paredes de la galería alta al incendio de que fue objeto esta casa, “construida en piedra y muy alta”. ¿Por qué solo esta parte de la casa presentaba esta anomalía? Por lo siguiente. De la totalidad de las paredes de la casa, solo las de las fachadas frontal y posterior (esta última, en la que se encuentran las galerías), tenían la piedra vista. Mientras las demás estaban empañetadas y enjalbegadas (encaladas). Al incendiarse la estructura, las vigas de madera de los entre pisos, y los mismos pisos, se convirtieron en pilas de leñas, cuyo humo fue el causante del tizne. Y como las piedras de las paredes de la galería de la segunda planta no habían sido recubiertas originalmente con nada, fueron las únicas que se tiznaron. Convirtiendo este caso en un tema ideal para ser abordado cuando se trate en serio la historia urbanística y arquitectónica de nuestra Ciudad Colonial, y la desastrosa invasión de Drake a Santo Domingo. Si es que algún día llega a interesar.
Al tratar en mi artículo anterior sobre el tema de los colores, me referí a la pintura, y a sus diferentes tonalidades con las que algún día, cuando se vuela a estudiar lo ocurrido en nuestra Ciudad Colonial en nuestra época, aparecerán muchas casas coloniales “embellecidas” con una gama de colores, que nunca tuvo originalmente. Y, a propósito de ello me vino a la mente el caso del tizne de la piedra, de la casa que restauré, y en la que residí con mi familia, hasta que se nos hizo imposible continuar viviendo en un sector que cada día deba visos de deteriorarse más, y en el que las condiciones de vida se iban haciendo cada vez más insoportables.
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