sábado, 10 de mayo de 2014

DOBLE PESPUNTE..

MI PROPUESTA
Por: Manuel  E. del Monte Urraca

Algunos de los que últimamente han estado leyendo mis elucubraciones, se estarán preguntando a que viene este afán por inmiscuirme en temas foráneos, que no se compadecen con los que he venido tratando, desde hace tiempo. Otros dicen, que si fue que ya me harté, cambié de nacionalidad, etc. etc.

Pues bien, los comentarios que he estado haciendo sobre una parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, perteneciente al siglo XIX, y principios del XX, tan alejado y diferente al correspondiente al siglo XVI de la ciudad de Santo Domingo, hube de traerlos a colación con un doble pespunte, o doble intensión.
Cuando me dedicaba, preocupado por la suerte del patrimonio de nuestra Ciudad Colonial, lo hacía pensando en la suerte que este había venido corriendo, tanto por ser desconocida su importancia por parte de la ciudadana, como por esta ignorar lo que se venía haciendo en el mundo civilizado. Mientras para los dominicanos las casas antiguas no llegaban a ser más que ruinas habitables, entre otros motivos, por la pobreza que nos arropaba en todos los sentidos, lo que nos impedía dedicarnos a mejorarlas, y ponerlas en valor, como se ha hecho en casi todo el mundo, lo que se impuso fue la demolición de las mismas, y su sustitución por nuevas construcciones, llegándose, inclusive, a declararlas “peligro público” o “lesivas al ornato”, que es mucho decir. O someterlas a drásticas transformaciones, que podía engañas a cualquier experto. Como llegó a suceder.

De ahí, que el conjunto urbano que heredáramos de nuestros fundadores empezara a sufrir variaciones estructurales o fisonómicas, hasta llegar a nuestros tiempos transformadas casi totalmente. (Ver ilustraciones 1, 2, 3, 4)






A mi entender, no se trataba de especulación alguna, ni de otros intereses creados, como ha estado sucediendo actualmente. Afortunadamente, las disposiciones que impiden lo que antes ocurría, desde el año 1967,  mediante la creación del programa, y la agencia oficial, que regularía todo el proceso, se han mantenido, lamentablemente, con ciertos tropiezos, propios de la politiquería criolla.
Es así, como lo que se ha estado respetando en el casco histórico de Santo Domingo, con lamentables excepciones, no ha estado sucediendo en otros sectores de la capital, como es el caso del residencial sector de Gazcue, iniciado a principios del siglo XX.

En lo que respecta a la capital de la República Argentina, tan diferente, en todo sentido, a la de República Dominicana, lo que en parte ha estado sucediendo se parece al caso dominicano, en el que el dejar hacer se impuso por falta de una regulación oficial que lo impidiera, en este caso favoreciendo una gran especulación. (Ver ilustraciones 5, 6, 7)






Es cierto, que lo que conozco al dedillo es el caso santodominguense, al que he dedicado la mayor parte de mi vida, y que el bonaerense solo lo he venido tratando superficialmente. Que el primero se ha impuesto en mí como doliente, y el segundo, como observador impenitente.
En todo caso, el doble pespunte se nota. Mientras, por un lado, a los dominicanos les recomiendo que observen lo que ocurre en la capital argentina, a los argentinos les advierto, que apliquen sus normativas, antes de que sea tarde.

Por otro lado, no puedo negar la admiración que he llegado a sentir por una ciudad admirable. Que si es cierto, que carece de la antigüedad que modestamente caracteriza a Santo Domingo, no es menos cierto, que a Buenos Aires no le hacen falta estos recursos para ser admirada, y catalogada como una de las ciudades más agradables e interesantes del mundo. ¿Entendido?                 

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