viernes, 12 de septiembre de 2014

ANÉCDOTAS DE UNA VIDA PRODUCTIVA (10)

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 Otra de las desastrosas intervenciones llevadas a cabo en edificaciones importantes de la Ciudad Colonial de Santo Domingo fue la casa No.105 de la calle Luperón, conocida como la Casa de los Nadal. Esta fue una de las escogidas por la Oficina de Patrimonio Cultural (OPC), entonces dirigida por el arquitecto Esteban Prieto Vicioso, gobernando el país, en el período conocido como de los diez (10) años (1986-1996), el Dr. Joaquín Balaguer, entonces afectado por una ceguera total, y cuyo secretario y hombre de confianza, el señor Rafael Bello Andino, resultó ser algo así como el poder detrás del trono, en cuanto a lo que se hiciera, o dejara de hacer, en la Ciudad Colonial.
Respaldados los que tuvieron en sus manos hacer una fructífera labor, dado el apoyo económico que recibieran del presidente Balaguer, en términos del derroche económico que fuera destinado a la ejecución de obras en el centro histórico, seleccionaron, a su antojo, aproximadamente una docena de casas coloniales, todas del Siglo XVI, que fueron repartidas a un grupito de arquitectos y arquitectas, en calidad de contratistas, que no se conocían en el quehacer restaurador de monumentos.

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Fue así, como las arquitectas Linda Roca y Mauricia Domínguez, a quienes se les otorgó el contrato de la casa de la calle Luperón, elaboraron el proyecto que incluyó el presupuesto correspondiente. Siendo la arquitecta Ligia Calero, la misma que fuera responsable de los desastrosos trabajos de la casa que le fuera cedida por el gobierno a la Embajada de México, la que asumió la responsabilidad de dirigir la ejecución de las obras.
Para iniciar los trabajos, fue desprendido, como procedía, todo pañete del siglo XVIII, cuando la interesante edificación fue objeto de una reconstrucción toptal, después de haber sido incendiada, al igual que muchas otras edificaciones de la ciudad, por el corsario Francis Drake y la tropa de facinerosos que lo acompañaban, en el año 1586.
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Para completar la desastrosa intervención, a la fachada, al igual que al resto de la casa, le fue aplicado otro pañete, esta vez con una mezcla cargada de cemento gris. De esta forma, volvieron a recubrir los sillares, que habían descubierto al inicio de los trabajos. Como para entrar en detalles de la “bárbara” intervención acometida por el trío de profesionales de la arquitectura, metidas a restauradoras a la carrera, haría falta escribir un libro, me conformaré con decir, que de no haber sucedido lo que sucedió en el año 1996, cuando se produjo el cambio de gobierno, y modificada la composición, de arriba abajo, de la OPC, encausando las obras por rumbos totalmente distintos, la joya arquitectónica de la calle Luperón hubiera pasado a la historia como otra de las que forman parte de la penosa aventura de 1986-1996.

Al parecer, todo estaba señalado por el destino, para que una de las mejores casas coloniales que todavía perduran en Santo Domingo, tuviera que pasar por el via crusis que la política dominicana se ha encargado de arruinar, y que la misma tuviera que ser objeto de una entrega improcedente por parte del gobierno del presidente Leonel Fernández a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia, y la Cultura (UNESCO), para instalar una supuesta embajada, que duró, como decía Juan Bosch, lo que dura una cucaracha en un gallinero.
Para quienes no tienen la menor idea del funcionamiento de ese organismo multinacional, este no tiene embajada en ningún país del mundo. Siendo su representación en cada uno de las naciones que forman parte de la misma, la llamada Comisión Nacional de la Unesco. Que la nuestra tenía como sede la entonces Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes, Y Culto.
“De acuerdo con la Constitución de la UNESCO y el Decreto Presidencial No. 3297-57, la Comisión Nacional Dominicana para la UNESCO fue fundada en el año 1957, partiendo de la reorganización de la antigua Comisión Nacional de Cooperación Intelectual. Desde el año 1939 esta comisión tuvo a su cargo el seguimiento de todos los asuntos relacionados con la Resolución IX de la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz (Buenos Aires, diciembre de 1936 y el Acta Internacional concerniente a la Cooperación Intelectual (Paris, diciembre de 1938)”

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Desde que la supuesta “embajada” fue cerrada, todo el mobiliario y equipo que fuera instalado a costa del gobierno dominicano, como regalo a una institución que lo único que ha hecho a favor de nuestra Ciudad Colonial, fue darle la rimbombante categoría de Patrimonio Cultural de la Humanidad, que de nada nos ha servido. Todo ese excelente equipo se encuentra arrumbado en las monumentales Atarazanas Reales, que de reales, además de haber sido convertid en un depósito de cachivaches, lo único que le queda es su extraordinaria estructura. Y la esperanza de que algún día se conduelan de ella, para contribuir al desarrollo del centro histórico donde se encuentra, desde los días del virrey Diego Colón, en 1514.
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