domingo, 27 de abril de 2014

EL NAVARIJO...



"...En Eusebio Sapote la Atenas del nuevo mundo está de piés, y más erguida aún en el último cielo de su esplendente renovación social y política. Así debemos conservar nuestra ciudad, muy moderna y muy antigua, sin permitir que la piqueta de las inmolaciones le haga perder el aspecto romántico de su fisonomía colonial."...
Enrique Aguiar


Ahora que los dominicanos estamos esperando la conclusión de  los trabajos de remodelación que se están efectuando en la emblemática “CALLE EL CONDE”…es bueno traer a colación esta “REMEMBRANZA”, de cómo  era esta calle, sus costumbres y familias de un siglo y medio atrás, en que los pobladores de esa barriada eran conocidos como “NAVARIJENOS”.
 Sobre el origen de este nombre a dicha calle existen dos versiones, una de ellas la del gran escritor y novelista FRANCISCO MOSCOSO PUELLO en su novela "NAVARIJO", la otra es las que nos presenta en su novela "EUSEBIO SAPOTE" el poeta, novelista y diplomático ENRIQUE AGUIAR, leamos:

 “…En la época de María Castaña, en esos buenos tiempos en que se amarraban los perros con longaniza, existía en la calle del Conde, en su cruce con la de Regina, donde más tarde estuvo la mercería el globo de Isidoro Bazil, una razón social: NAVAR HIJO Y COMPAÑÍA, cuyo letrero, colocado en el ángulo de la casa, se adelantaba seis o siete pies hacia el medio de la calle. Este anuncio flamante, con su fondo blanco y sus letras rojas, siempre estaba como acabado de pintar y se leía de uno y otro lado, con toda comodidad, a varias cuadras de distancia. El sitio elegido por el señor Antonio Navar para establecer su comercio de loza fina y telas de fantasía, era de lo más estratégico que podía existir en la ciudad de Santo Domingo desde el punto de vista comercial; todos los vecinos de Ciudad Nueva y de San Carlos, cuando iban allá adentro, como solían decir los que vivían fuera de las murallas, al caminar por la calle del Conde, tenían necesariamente que pasar por el interesante y surtido establecimiento, donde muchas veces entraban atraídos por la solicitud del dependiente, y nada más que a curiosear el orden y buen gusto que eran presentadas al público las vistosas mercancías de los aparadores.

Tanto interés había despertado en el vecindario capitalino esta importante razón social, que para todo el mundo señalaba un punto de orientación la tienda de los señores Navar hijo; de Navar hijo para allá; en la misma esquina de Navar hijo, eran señales que se daban constantemente a las personas que, buscando residencias particulares o comerciales caminaban, de un lado a otro, las calles despobladas de Santo Domingo de Guzmán.

En esta época el comercio era escaso, las pulperías se conforman con la venta diaria al reducido número de sus marchantes; con seis motas se compraban la cebolla, el ajo, el jabón, la manteca y el azul de bolita; y con una peseta sencilla se hacía cómodamente el diario de una familia corta. No se conocían las operaciones de cambio, y una humanidad comercialmente vegetativa era la de aquellos hombres sentados en el mostrador, en mangas de camisa y con el sombrero puesto, entretenidos con la vara de medir o haciendo capuchinos de papel de estraza, con su cola de lana y cuatro o cimbreadas de hilo de bollito para encaparlos.

Aunque así vegetaba el comercio de Santo Domingo, allá, en los tiempos remotos de María Castaña, no dejaban de existir las pasiones y las pequeñas envidias, susceptibles a enconarse por cualquier quítame esta paja, sobre todo entre personas de una misma ocupación. A lo largo de la calle del Conde se veían tiendas y pulperías regenteadas por su dueño, a quien acompañaba un dependiente fósil y haragán; aquel de entre ellos que fuese más diligente podía con facilidad, atajar al bale que un jueves en la tarde, pongo por caso, viniera esporádicamente a la ciudad a hacer la compra de la semana.

Los días de negocio para el comercio de la capital eran los sábados; en tal día, los campesinos de Engombe, el Hatillo, Haina, San Cristóbal, Manoguayabo y los Alcarrizos, venían a vender sus frutos, a cambalachear gallinas por gatos y abastecerse de todo lo necesario; sal, especias, gas, algunas varas de dril tramado y algodón blandito; los más pudientes agregaban a esta compra una lata pequeña de aceite de la paloma y dos o tres libras de bacalao, en tanto que otros regateaban a chambra legítima, cuyo filo tocaban con la uña del pulgar para oír las vibraciones de la hoja de Fernando Esser. Queda entendido que los comerciantes que quedaban más próximos a la puerta del Conde acaparaban los marchantes que, atraídos por el muchacho atajador de bales o por el dependiente que les ofrecía la mañana o un jarro de agua de azúcar con limón, se detenían y allí mechaban todo lo de su compra.

Como era natural, esta buena venta para los comerciantes establecidos cerca de la puerta del Conde, provocaba la tirria de los que se encontraban más lejos, pues no tenían el recurso de poder atajar uno solo de aquellos campesinos.
-De Navar hijo para allá es que se vende, dijo a su vecino de enfrente, un comerciante que se comía el bigote de pura rabia.
 Pues, que Navar hijo te lo pague!, le contestaba el otro más incómodo aún, porque eran las once y no se había estrenado.

 Era por éstas y otras por el estilo, que al correr de los años, el nombre de la importante firma, Navar hijo y compañía, fue corrompiéndose hasta el extremo de convertirse en un dicho popular.
Había caído ya mucha niebla y mucho frío sobre aquel tiempo remoto de María Castaña en que se amarraban los perros con longaniza, y la razón social de Navar hijo y compañía, presentaba al público la atractiva exhibición de sus escaparates. Otro comercio y otras costumbres habían reemplazado los hábitos primitivos: el señor Hostos en la escuela normal, el padre Meriño en el Seminario y el filántropo Francisco Xavier Billini y Hernández en el colegio de San Luis Gonzaga, atrajeron hacia aquellos templos docentes la atención de los padres de familia que comenzaron a considerar, desde un punto de vista superior, la educación de los hijos. Por lo tanto, de la época lejana de que hemos hablado, solamente nos queda, como algo que aspira a perpetuarse, esta lapidaria expresión: EL NAVARIJO

1 comentario:

  1. Nuestro aporte a la Feria del Libro, que estamos celebrando...

    --------------------
    NOTA: para seguir viendo las demás entradas favor dar click mas abajo donde dice ENTRADA ANTIGUA

    ResponderEliminar