FOTO HISTORICA QUE LE DIO LA
VUELTA AL MUNDO, UN DOMINICANO ENFURECIDO SE ENFRENTA AL SOLDADO
INVASOR.
RECORDATORIO 24 de abril de 1965
La intervención imperial estadounidense en Santo Domingo Tema:
Injerencia norteamericana en América Latina
La gente se lanza a las calles de Santo Domingo, armada con lo que tenga, con lo que venga, y embiste contra los tanques. Que se vayan los usurpadores, quiere la gente. Que vuelva Juan Bosch, el presidente legal. Los Estados Unidos tienen preso a Bosch en Puerto Rico y le impiden volver a su país en llamas. Hombre fibroso, puro tendón, todo tensión, Bosch se muerde los puños, a solas en el rabiadero, y sus ojos azules perforan las paredes. Algún periodista le pregunta, por teléfono, si él es enemigo de los Estados Unidos. No; él es enemigo del imperialismo de los Estados Unidos: -Nadie que haya leído a Mark Twain- dice, comprueba Bosch -puede ser enemigo de los Estados Unidos. Juan Bosch A la tremolina acuden estudiantes y soldados y mujeres con ruleros. Barricadas de toneles y camiones volcados impiden el paso de los tanques. Vuelan piedras y botellas. De las alas de los aviones, que bajan en picada, llueve metralla sobre el puente del río Ozama y las calles repletas de multitud. Sube la marea popular, y subiendo hace el aparte entre los militares que habían servido a Trujillo: a un lado deja a los que están baleando al pueblo, dirigidos por Imbert y Wessin y Wessin, y al otro a los dirigidos por Francisco Caamaño, que abren los arsenales y reparten fusiles. El coronel Caamaño, que en la mañana desencadenó el alzamiento por el regreso del presidente Juan Bosch, había creído que sería cosa de minutos.
Al mediodía comprendió que iba para largo, y supo que tendría que enfrentar a sus compañeros de armas. Vio que corría la sangre y presintió, espantado, una tragedia nacional. Al anochecer, pidió asilo en la embajada de El Salvador. Tumbado en un sillón de la embajada, Caamaño quiere dormir. Toma sedantes, las píldoras de costumbre y más, pero no hay caso. El insomnio, la crujidera de dientes y el hambre de uñas le vienen de los tiempos de Trujillo, cuando él era oficial del ejército de la dictadura y cumplía o veía cumplir tareas sombrías, a veces atroces. Pero esta noche está peor que nunca. En la duermevela, no bien consigue pegar los ojos, sueña. Cuando sueña, es sincero: despierta temblando, llorando rabiando por la vergüenza de su pavor. Acaba la noche y acaba el exilio, que una sola noche ha durado. El coronel Caamaño se moja la cara y sale de la embajada. Camina mirando al suelo. Atraviesa el humo de los incendios, humo Francisco Caamaño Deñó espeso, que hace sombra, y se mete en el aire alegre del día y vuelve a su puesto al frente de la rebelión LA INVASION Ni por aire, ni por tierra, ni por mar. Ni los aviones del general Wessin y Wessin, ni los tanques del general Imbert son capaces de apagar la bronca de la ciudad que arde. Tampoco los barcos: disparan cañonazos contra el Palacio de Gobierno, ocupado por Caamaño, pero matan amas de casa. La Embajada de los Estados Unidos, que llama a los rebeldes escoria comunista y pandilla de hampones, informa que no hay modo de parar el alboroto y pide ayuda urgente a Washington. Desembarcan, entonces, los marines. Al día siguiente muere el primer invasor. Es un muchacho de las montañas del norte de Nueva York.
Cae tiroteado
desde alguna azotea, en una callecita de esta ciudad que nunca en su vida había
oído nombrar. La primera víctima dominicana es un niño de cinco años. Muere de
granada, en un balcón. Los invasores lo confunden con un francotirador. El
presidente Lyndon Johnson advierte que no tolerará otra Cuba en el caribe. Y más
soldados desembarcan. Y más. Veinte mil, treinta y cinco mil, cuarenta y dos
Soldados de la 82ª División Aerotransportada norteamericana en República
Dominicana. mil. Mientras los soldados norteamericanos destripan dominicanos,
los voluntarios norteamericanos los remiendan en los hospitales. Johnson exhorta
a sus aliados a que acompañen esta Cruzada de Occidente. La dictadura militar
del Brasil, la dictadura militar del Paraguay, la dictadura militar de Honduras
y la dictadura militar de Nicaragua envían tropas a la República Dominicana para
salvar la Democracia amenazada por el pueblo. Acorralado entre el río y la mar,
en el barrio viejo de Santo Domingo, el pueblo resiste. José Mora Otero,
Secretario General de la OEA, se reúne, a solas, con el coronel Caamaño. Le
ofrece seis millones de dólares si abandona el país. Es enviado a la ####.
Soldados de la 82ava Divisiòn aerotransportada Norteamericana en Santo Domingo
.
132 NOCHES
132 noches ha
durado esta guerra de palos y cuchillo y carabinas contra morteros y
ametralladoras. La ciudad huele a pólvora y a basura y a muerto. Incapaces de
arrancar la rendición, los invasores, los del todo poder, no tienen más Folletos
arrojados por las tropas norteamericanas en República Dominicana. remedio que
aceptar un acuerdo. Los ningunos, los ninguneados, no se han dejado atropellar.
No han aceptado traición ni consuelo. Pelearon de noche, cada noche, toda la
noche, feroces batallas casa por casa, cuerpo a cuerpo, metro a metro, hasta que
desde el fondo de la mar alzaba el sol sus flameantes banderas y entonces se
agazapaban hasta la noche siguiente. Y al cabo de tanta noche de horror y de
gloria, las tropas invasoras no consiguen instalar en el poder al general
Imbert, ni al general Wessin y Wessin, ni a ningún otro general. Folletos
arrojados por las tropas norteamericanas en República Dominicana .
DISCURSO
DE CAAMAÑO DURANTE LA ENTREGA DEL PODER PRESIDENCIAL.
Señores miembros del Congreso Nacional
Pueblo Dominicano:
Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver
lo que le pertenece. Ningún poder es legítimo si no es otorgado por el pueblo,
cuya voluntad soberana es fuente de todo mandato público. El 3 de mayo de 1965,
el Congreso Nacional me honró eligiéndome Presidente Constitucional de la
República Dominicana. Solamente así podía aceptar tan alto cargo, porque siempre
he creído que el derecho a gobernar no puede emanar de nadie más que no sea del
pueblo mismo. Bien legítimo era ese derecho, forjado por nuestras grandes
mayorías nacionales en las elecciones más puras de toda nuestra historia, y
depositado en mis manos en momentos en que el pueblo dominicano se batía, a
sangre y fuego, para reconquistar sus instituciones democráticas.Estas
instituciones, surgidas de la consulta electoral del 20 de diciembre de 1962,
fueron devoradas por la infamia y la ambición de una minoría que siempre ha
despreciado la voluntad popular. Los dominicanos se batían a sangre y fuego,
porque esa minoría le arrebató sus libertades el 25 de septiembre de 1963.
Esa minoría es la misma que siempre ha robado, encarcelado,
deportado y asesinado a nuestro pueblo. Y esa minoría, representada por el
Triunvirato que presidió Donald Reid, se llegó a creer que este país le
pertenecía y que sus habitantes eran sus esclavos. Todos esos vicios y errores
significaban mayores dolores y miseria para el pueblo. La vida se hacía
insoportable. Ni una sola esperanza cabía en el alma de los dominicanos mientras
se mantuvieran gobernando los usurpadores del poder. Para que renaciera esa
esperanza se hacía necesario volver al gobierno libremente electo, es decir, a
la democracia de la Constitución de 1963. Todo indicaba que la minoría
gobernante, que pensaba y actuaba como propietaria de la nación, permanecería en
el poder aún en contra de los más vivos reclamos populares, orientados hacia el
rescate del régimen democrático.
La rebelión armada contra la ilegitimidad de su mando se
convirtió entonces en una imperiosa necesidad social. Fruto de esa necesidad, y
de la determinación de los dominicanos a ser libres, sin importarles la cuantía
del precio, estalla el glorioso movimiento 24 de abril. Ese Movimiento,
inspirado en el más noble espíritu democrático, no era un cuartelazo más. Razón
tenía el profesor Juan Bosch cuando dijo, desde su obligado exilio en Puerto
Rico, que los dominicanos estábamos librando una revolución social. Así era
porque los sectores democráticos del pueblo, tras mucho sufrimiento y mayores
frustraciones, habían tomado profunda conciencia de su papel histórico y,
hermanados con los militares que respetamos el juramento de defender la majestad
de las leyes, se lanzaron a la calle en busca de su libertad perdida.
Heroicamente, con más fe que armas, y con enorme caudal de dignidad, el pueblo
dominicano abría de par en par las puertas de la Historia para construir su
futuro. Hondas, muy profundas eran las raíces de esa lucha. Desde la
Independencia, desde la Restauración, caminaba el pueblo muriendo y venciendo
tras su derecho a ser libre. El 24 de abril era un paso gigantesco hacia la
construcción de ese derecho y hacia la democracia que lo consagra
plenamente
.Los enemigos del pueblo, aquellos que por encima de los intereses de la Patria colocan sus propios intereses en un vano empeño por mantenerse en el poder, hacían correr, como ríos, la sangre generosa. Pero sobre nuestros muertos, nos levantamos siempre con mayor fuerza. La Revolución avanzaba triunfante. América entera miraba con admiración hacia esta tierra, esperando ansiosa nuestro triunfo, porque en él veía una victoria de la democracia sobre las minorías opresoras que azotan, como plagas, todo el Continente Americano.Desgraciadamente, el 28 de abril, cuatro días después de iniciada la Revolución, cuando la libertad renacía vencedora, cuando todo un pueblo se volcaba fervorosamente hacia el encuentro con la democracia, el Gobierno de los Estados Unidos de América, violando la soberanía de nuestro Estado Independiente, y burlando los principios fundamentales que sostienen la convivencia internacional, invadió y ocupó militarmente nuestro suelo. ¿Qué derecho podían invocar los gobernantes norteamericanos para atropellar así la libertad de un pueblo soberano? ¡Ninguno! Se hacían culpables de un gravísimo delito, que atentaba contra nuestra nación. Contra América y contra el resto del mundo.
.Los enemigos del pueblo, aquellos que por encima de los intereses de la Patria colocan sus propios intereses en un vano empeño por mantenerse en el poder, hacían correr, como ríos, la sangre generosa. Pero sobre nuestros muertos, nos levantamos siempre con mayor fuerza. La Revolución avanzaba triunfante. América entera miraba con admiración hacia esta tierra, esperando ansiosa nuestro triunfo, porque en él veía una victoria de la democracia sobre las minorías opresoras que azotan, como plagas, todo el Continente Americano.Desgraciadamente, el 28 de abril, cuatro días después de iniciada la Revolución, cuando la libertad renacía vencedora, cuando todo un pueblo se volcaba fervorosamente hacia el encuentro con la democracia, el Gobierno de los Estados Unidos de América, violando la soberanía de nuestro Estado Independiente, y burlando los principios fundamentales que sostienen la convivencia internacional, invadió y ocupó militarmente nuestro suelo. ¿Qué derecho podían invocar los gobernantes norteamericanos para atropellar así la libertad de un pueblo soberano? ¡Ninguno! Se hacían culpables de un gravísimo delito, que atentaba contra nuestra nación. Contra América y contra el resto del mundo.
El principio de No Intervención, base fundamental de las
relaciones entre los pueblos civilizados, fue tan brutalmente desconocido que
aún se escucha por toda la vastedad del planeta el eco de la más dura repulsa
contra los invasores. En este continente de hermanos, al lado del clamor de los
Gobiernos de Chile, Uruguay, México, Perú y Ecuador, que encauzaron su actuación
internacional haciendo honor al sentimiento de fraternidad continental de sus
respectivos pueblos, se escucha así mismo, en defensa de la No Intervención y de
la soberanía de nuestro país, la vibrante y solidaria protesta de millones de
latinoamericanos indignados. La humillación que el gobierno de los Estados
Unidos de América del Norte hacía sufrir a la República Dominicana, militarmente
invadida, significa también una dolorosa humillación para toda América.
¿Qué normas, qué principios pueden servir a las naciones
americanas para hacer valer su vocación y su derecho a la independencia, cuando
los gobernantes norteamericanos decidan, con vanas excusas y apoyados en la
fuerza de sus cañones, imponerles su destino político? ¿A dónde ir a reclamar
para que reconozca el derecho de un pueblo a ser independiente y dueño de su
propia vida?
¿Qué organismos, qué instituciones serán capaces de defender
esos derechos y de alentar a los pueblos a ejercerlos, sin temor a la intrusión
de los que se han erigido en árbitros de la determinación ajena? Para desgracia
de la República Dominicana y para desgracia de América, la Organización de
Estados Americanos, en vez de asumir la defensa de nuestra soberanía, en vez de
sancionar severamente la intervención militar para hacer de este modo honor a
los principios que dice sustentar, no sólo se colocó de espaldas a su propia
Carta Constitutiva, sino que también empujó, aún más, el puñal que hoy se clava
en el corazón de nuestra patria. Cuatro días después de la intervención militar
norteamericana, la Organización de Estados Americanos decidió que se hiciera
'todo lo posible para procurar el restablecimiento de la paz y la normalidad en
la República Dominicana'. En el texto de la Resolución que expresa lo citado
nada se decía acerca de la violación de nuestra soberanía. ¡Nada! Ni una sola
palabra hace referencia al monstruoso crimen del 28 de abril de 1965, que por
largo tiempo conmoverá a los frágiles cimientos del orden jurídico
interamericano. Todo lo contrario. La Organización de Estados Americanos se
empeñaba entonces, ignorando y torciendo los principios, en justificar y validar
la intervención militar norteamericana. Y así creyó hacerlo creando la Fuerza
Interamericana. La Resolución que consagra esa funesta medida, registrada como
Documento Rec.2 de la Décima Reunión de Consulta de Ministros Americanos, revela
muy a las claras la actitud del organismo regional a ese respecto.
En efecto, en ella se lee lo siguiente: 'Que la integración
de una Fuerza Interamericana significará, ipso facto, la transformación de las
fuerzas presentes en territorio dominicano en otra fuerza que no será de un
Estado sino de un organismo inter-estatal...' ¡Transformación! He ahí la palabra
que delata la convivencia de la Organización de Estados Americanos con los
invasores. Se transformaban los 'marines' en Fuerza Interamericana. Aquello fue
la institucionalización del delito político como norma de las relaciones
internacionales de nuestro continente. La intervención norteamericana vino,
pues, a detener el triunfo de la democracia dominicana y a apuntalar a la
minoría que le niega y le disputa sus derechos a nuestros pueblos. Tras el
llamado Gobierno de Reconstrucción Nacional, obra de los funcionarios de la
intervención extranjera, se echó al desprecio al pueblo, se fortaleció la
corrupción, y el crimen se extendió por todo el país. A pesar de la frustración
momentánea que en esos trágicos días sufriera la Revolución, el Gobierno
Constitucional decidió defender sus derechos. Naturalmente, ante la violencia y
la fuerza del poderío norteamericano, representado por más de 40 000 soldados,
ya no era posible el triunfo armado del movimiento democrático dominicano.
Tuvimos que negociar con los invasores a fin de conservar parte del tesoro de
democracia que habíamos comenzado a crear. En la mes de negociaciones defendimos
siempre los principios. Si abandonamos algunas de las conquistas por las que el
pueblo dominicano se lanzó a la lucha, no se debió a que los negociadores de la
Organización de Estados Americanos trajeran proposiciones de un mayor contenido
democrático que el perseguido en nuestros objetivos iniciales. Cedimos solamente
ante la realidad que nos imponía la intervención americana.
El corredor que las tropas extranjeras establecieron,
arbitraria e injustificadamente, dividiendo la ciudad en dos, no tuvo otra razón
que la de evitar que nuestra lucha se extendiera, desde esta gloriosa ciudad,
hacia todo el resto del país.Las ansias democráticas habían hecho vibrar la
República entera. La causa que con las armas en las manos defendía el pueblo de
Santo Domingo era la causa nacional. Esta ciudad cuatro veces centenaria fue la
vanguardia, y desde ella nos lanzamos, triunfantes contra los opresores
criollos. Se vislumbraba ya la victoria de las armas democráticas, y cuando
estábamos a punto de lograrla plenamente, Estados Unidos de América se
interpone, invadiéndonos para salvaguardar los peores intereses y las más ruines
ambiciones.
Fue entonces cuando tuvimos que ceder en algunos de nuestros
objetivos, porque no podíamos vencer con las armas. Pero a pesar de toda la
fuerza y de toda la violencia del poderío militar norteamericano, no cedimos por
temor o por miedo a ser vencidos. Testigo es el mundo de la lucha que libramos,
del coraje y la valentía de ese pueblo en el terreno del honor y en el campo de
batalla. Oportuno es que me detenga aquí para rendir homenaje a los héroes que
entregaron sus vidas luchando por la democracia y la soberanía nacionales.Ese
Combatiente Desconocido, que reposa en esta Plaza de la Constitución, es el
símbolo del sacrificio y del amor de los dominicanos por su libertad. Como él,
murieron miles. De ese semillero de héroes crecerá vigoroso el futuro de la
patria. Porque héroes son los que dieron la vida tratando de evitar que se
creara el corredor internacional que detuvo nuestra marcha victoriosa. Porque
héroes son los que, con piedras en las manos, detuvieron los tanques de acero en
el Puente Duarte. Héroes son los que defendieron hasta el último aliento la Zona
Norte de la ciudad; héroes son los que recibieron, impávidos, los ataques aéreos
al Palacio Nacional; héroes los que durante los días 15 y 16 de junio recibieron
valientemente la metralla extranjera; héroes los del 29 de agosto; héroes
también los que han muerto en todos nuestros frentes, en campos y ciudades
defendiendo la integridad nacional. Nunca tal vez en la vida de los dominicanos
se había luchado con tanta tenacidad contra un enemigo tan superior en número y
en armas.
Luchamos, sí, con bravura de leyenda, porque íbamos
desbrozando con la razón el camino de la Historia. No pudimos vencer, pero
tampoco pudimos ser vencidos. La verdad auspiciada por nuestra causa fue la
mayor fuerza y el mayor aliento para resistir. ¡Y resistimos! Ese es nuestro
triunfo porque sin la tenaz resistencia que opusimos, hoy no pudiéramos
ufanarnos de los objetivos logrados. Nosotros cedimos, es cierto, pero ellos,
los invasores que vinieron a impedir nuestra revolución, a destruir nuestra
causa tuvieron que ceder también ante el espíritu revolucionario de nuestro
pueblo. Ahí están, hablando por sí solas, las conquistas alcanzadas y que
constan, engrandecidas por la sangre de los caídos, en el Acta Institucional y
en el Acta de Reconciliación Dominicana. Se nos han reconocido múltiples
derechos económicos y sociales. Hemos logrado la fijación de elecciones libres a
breve plazo. Hemos conquistado las libertades públicas, el respeto a los
derechos humanos; el regreso de los exiliados políticos, el derecho de todo
dominicano a vivir en su patria sin temor a ser deportado. Pero, por encima de
todo, hemos logrado una conquista inapreciable, de fecundas proyecciones
futuras: ¡La conciencia democrática! Conciencia contra el golpismo, contra la
corrupción administrativa, contra el nepotismo, contra la explotación y contra
el intervencionismo. Hemos conquistado conciencia de nuestro propio destino
histórico. En suma, conciencia del pueblo en su fuerza, que si el 24 de Abril le
sirvió para derrotar a las oligarquías civil y militar, hoy, nutrida por esa
maravillosa experiencia y esta lucha asombrosa le permitirá forjar, en la paz o
en la guerra, su libertad y su independencia. ¡Despertó el pueblo porque
despertó su conciencia! Esos son los logros de esta revolución. No solamente
nuestros, sino también de América. Los principios que aquí han sido defendidos
son los mismos que hoy conmueven a todas sus naciones.
Cuando los pueblos situados al sur del Río Bravo expresaban
su solidaridad con nuestra lucha, junto al estímulo fraternal iban también,
profundamente unidas, sus más caras e íntimas aspiraciones. Desde México hasta
Argentina la democracia es el sueño de millones de hombres que quieren convertir
en realidad. Sueño de paz creadora, de paz y libertad decorosa. Pero ese bello
sueño es turbado, hasta convertirse en pesadilla, por la codicia y la
explotación de minorías ajenas al noble ideal de la convivencia humana. Si algún
mérito me cabe por haber participado preeminentemente en esta revolución
democrática, gracias al honroso mandato presidencial que me otorgara el
Honorable Congreso Nacional, no es otro que el de haber comprendido esa dolorosa
realidad de nuestro pueblo, y haber luchado ardientemente por tratar de
transformarla en un porvenir cargado de esperanzas. Creo firmemente que el
pueblo dominicano terminará por lograr su felicidad, y el 24 de Abril será
siempre un símbolo estimulante hacia la consecución definitiva de ella.
Es nuestra obligación, como defensores de la democracia,
abonar la siembra generosa que comenzó en esa fecha inmortal. Pero abonarla con
entusiasmo creciente, con todo el espíritu, sin vacilaciones, sin descanso. El
mejor modo de hacerlo está en la unidad de todos nosotros, en la vigilancia de
todos nosotros, dispuestos mañana, como lo hemos estado hoy, a correr todos los
riesgos en defensa de la democracia dominicana y del honor nacional. Ante el
pueblo dominicano, ante sus dignos representantes que aquí encarnan el Honorable
Congreso Nacional, renuncio como Presidente Constitucional de la República. Dios
quiera y el pueblo pueda lograrlo, que esta sea la última vez en nuestra
historia que un Gobierno legítimo tenga que abandonar el poder bajo la presión
de fuerzas nacionales o extranjeras. Yo tengo fe en que así será. Finalmente,
invito al pueblo aquí reunido a hacer el siguiente juramento: En nombre de los
ideales de los Trinitarios y restauradores que forjaron la República Dominicana.
Inspirados en el sacrificio generoso de nuestros hermanos civiles y militares
caídos en la lucha constitucionalista. Interpretando los sentimientos del pueblo
dominicano. Juramos luchar por la retirada de las tropas extranjeras que se
encuentran en el territorio de nuestro país. Juramos luchar por la vigencia de
las libertades democráticas y los derechos humanos y no permitir intento alguno
para restablecer la tiranía. Juramos luchar por la unión de todos los sectores
patrióticos para hacer a nuestra nación plenamente libre, plenamente soberana,
plenamente democrática.
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